martes, 29 de octubre de 2013

El colapso de un modelo de acumulación especulativo

Hace unos días tuve la oportunidad de dar una conferencia en la Facultad de Ciencias Económicas y Empresariales de la Universidad de Sevilla. La organizaban los estudiantes que buscaban explicaciones rigurosas del porqué de la actual crisis. Me pidieron exponer un análisis marxista del asunto. Y eso hice, y como a la gente le gustó, me comprometí a resumir la ponencia y colgarla aquí.


La charla comenzaba con una serie de definiciones básicas, necesarias para introducir en la economía política marxista a quien nunca hubiese leído nada al respecto. Básicamente se definía el valor, el trabajo, el capital, la plusvalía, la tasa de ganancia, etc. Me voy a saltar esa parte ahora para no alargar demasiado el post e ir al análisis económico directamente.

  • Cambio de tendencia de la tasa de ganancia:

La tasa de ganancia, el cociente del beneficio empresarial entre los costes, tienen una tendencia natural a decrecer según se desarrolla el capitalismo y se acumula el capital. Es lo que la economía oficial llama Ley de los rendimientos decrecientes, y es una de las contradicciones fundamentales del propio capitalismo, que en su necesidad de crecer, busca escapar de esta reducción relativa (que no absoluta) de la ganancia.


Pues bien, si miramos esa tasa de ganancia en los EEUU vemos que desde el final de la II Guerra Mundial comienza a caer, hasta principios de los 80, en que se produce una inflexión y vuelve a crecer. Por supuesto con sus dientes de sierra que suponen las crisis cíclicas.

¿Que sucede en esa época para que se de ese cambio de tendencia? Pues hay un giro conservador a nivel mundial. En economía se impone la escuela neoliberal. Le dan el premio Nobel a Hayek. Milton Friedman y su Escuela de Chicago se ponen de moda. En política tenemos a Reagan, Margaret Tatcher, Pinochet, todos ellos obsesionados en desmontar las políticas sociales, combatir a los sindicatos y bajar los impuestos a los ricos. Y solo unos años después cae la Unión Soviética.

Parece claro que esta ola conservadora no era una cuestión anecdótica, que tenía un objetivo claro que era cambiar la tendencia negativa de la tasa de ganancia, metiéndonos de paso en un nuevo modelo de acumulación, y lo consiguieron. 

Pero, ¿como se cambió esa tendencia decreciente?


Pues vemos como a partir de esa fecha la productividad del trabajo aumenta significativamente, separándose cada vez más de la remuneración del mismo. Se está produciendo un incremento de la plusvalía relativa, un incremento de la explotación del trabajo que permite tirar hacia arriba de la tasa de ganancia. El trabajador produce cada vez una mayor cantidad de valor por hora que no le es retribuido y que se apropia el capitalista.


En consecuencia, la participación de los salarios en el reparto de los ingresos empresariales es cada vez menor, mientras que crecen los beneficios empresariales como veíamos en el primer gráfico. El trabajo pierde terreno frente al capital.

  • Cambio del modelo de acumulación:


Pero este nuevo ciclo capitalista tiene una diferencia sustancial respecto al anterior. Su modelo de acumulación es distinto. Si hasta ahora la ganancia capitalista se destinaba principalmente a la producción, a la reproducción ampliada del capital, ahora ya no es así.


En este nuevo modelo los beneficios crecen pero no se destinan a la producción, y por tanto, la tasa de acumulación se mantiene o cae. ¿A donde van todos esos beneficios empresariales?


Por otra parte, mientras los salarios reales caen, como ya hemos visto, ésto no se acompaña de un descenso del consumo, sino al contrario, el consumo crece. ¿Como es posible? ¿De donde sacan las familias el dinero para consumir?

  • Financiarización global:



 Pues de donde únicamente es posible, del endeudamiento. La deuda de los hogares y las empresas se dispara, y las entidades de crédito corren felices a satisfacer esa demanda porque tienen un exceso de liquidez. ¿Y por que tienen ese exceso de liquidez?



Pues porque todos esos beneficios empresariales que no se estaban reinvirtiendo en la producción iban destinados al mercado financiero. Es lo que llamamos la financiarización de la economía. 

Las inversiones financieras daban una mayor tasa de ganancia que la economía real, pero era una ganacia ficticia, especulativa, no había creación de valor detrás de las operaciones de compra-venta de títulos, solo la confianza de que tras cada operación de venta el precio siempre subiría. Es la creación de una burbuja especulativa.

Pero se trata de una burbuja monstruosa. Si nos vamos a la gráfica de la evolución del Dow Jones, que nos indica el dinero que hay invertido en bolsa, podemos ver la caída que supuso el crack del 29, el estallido de aquella burbuja, que todos conocemos como La Gran Depresión. Pues ahora vámonos a 2010 e imaginémonos la caída desde ahí arriba. Eso es lo que todavía no nos han contado. Por eso los analistas económicos en el extranjero no ven atisbos de recuperación en España hasta 2021 como mínimo. mientras Rajoy vende aquí el fin inminente de la crisis en un ejercicio de populismo.

Y lo peor es que su solución pasa por reproducir el modelo. Redoblar la explotación al trabajador para aumentar la tasa de ganancia y devolver la confianza a los mercados para volver a ganar dinero especulando. 

   

viernes, 25 de octubre de 2013

Un precioso retrato de Carlos Marx

Quiero compartir una carta llena de ternura en la que Eleanor Marx-Aveung, hija de Carlos Marx, describe como fue su infancia junto al gran revolucionario del siglo XIX. Un retrato cercano y precioso al perfil humano de esta gran figura, del que se han dicho tantas falsedades, también en el plano personal. Espero que lo disfrutéis tanto como lo he hecho yo.


KARL MARX (notas dispersas) por ELEANOR MARX-AVEUNG: 

Mis amigos austríacos me piden que les envíe algunos recuerdos de mi padre. No podían haberme pedido nada más difícil. Pero los hombres y mujeres de Austria están realizando una lucha tan espléndida por la causa en favor de la cual vivió y trabajó Karl Marx, que no es posible negarse. Y por eso trataré de enviarles algunas notas dispersas y desorganizadas acerca de mi padre.

Muchas historias se han contado sobre Karl Marx, sobre sus "millones" (en libras esterlinas, por supuesto, ya que no podía ser moneda de menor denominación), hasta una subvención pagada por Bismarck, al que supuestamente visitaba constantemente en Berlín en los días de la Internacional (¡). Pero, después de todo, para los que conocieron a Karl Marx ninguna leyenda es más divertida que esa muy difundida que lo pinta como un hombre moroso, amargado, inflexible, inabordable, una especie de Júpiter Tonante, lanzando siempre truenos, incapaz de una sonrisa, aposentado indiferente y solitario en el Olimpo. Este retrato del ser más alegre y jubiloso que haya existido, de un hombre rebosante de buen humor, cuya cálida risa era contagiosa e irresistible, del más bondadoso, gentil, generoso de los compañeros es algo que no deja de sorprender —y divertir— a quienes lo conocieron.

En su vida hogareña, lo mismo que en las relaciones con sus amigos e inclusive con los simples conocidos, creo que podría afirmarse que las principales características de Karl Marx fueron su perdurable buen humor y su generosidad sin límites. Su bondad y paciencia eran realmente sublimes. Un hombre de temperamento menos amable se hubiera desesperado ante las interrupciones constantes, las exigencias continuas que recibía de toda clase de personas. Que un refugiado de la Comuna —un viejo terriblemente monótono, por cierto— que había retenido a Marx durante tres horas mortales, cuando se le dijo por fin que el tiempo urgía y que todavía había mucho trabajo por hacer, le respondiera: "Mon cher Marx, je vous excuse" es característico de la cortesía y la gentileza de Marx.

Lo mismo que con aquel aburrido señor, con cualquier hombre o mujer al que creyera honesto (y prestaba su precioso tiempo a muchos que abusaban lamentablemente de su generosidad), Marx fue siempre el más amistoso y bondadoso de los hombres. Su facultad para "atraer" a la gente, para hacerles sentir que estaba interesado en ellos era maravillosa.

He oído hablar, a hombres de las más diversas ideas y posiciones, de su capacidad peculiar para comprenderlos y para comprender sus posturas. Cuando creía que alguien era realmente honesto su paciencia era ilimitada. Ninguna pregunta le parecía demasiado trivial y ningún argumento demasiado infantil para una discusión seria. Su tiempo y sus vastos conocimientos estaban siempre al servicio de cualquier hombre o mujer que se mostrara ansioso de aprender.

Pero era en su relación con los niños donde Marx era quizás más encantador. No ha habido compañero de juegos más agradable para los niños. El recuerdo más antiguo que tengo de él data de mis tres años de edad, y "Mohr" (tengo que usar el viejo apodo familiar) me llevaba cargada sobre sus hombros alrededor de nuestro pequeño jardín en Grafton Terrace poniéndome flores en mis cabellos castaños.

Mohr era, en opinión de todos nosotros, un espléndido caballo. Antes —yo no recuerdo aquellos días pero me lo han contado— mis hermanas y mi hermanito —cuya muerte poco después de mi nacimiento fue una pena de toda la vida para mis padres— "arreaban" a Mohr, atado a unas sillas sobre las que se "montaban" y que él tenía que arrastrar…

Personalmente —quizás porque no tenía hermanas de mi edad— prefería a Mohr como caballo de montar. Sentada sobre sus hombros, agarrada a su gran crin de pelo, negro por aquella época, apenas con un poco de gris, me dio magníficos paseos por nuestro pequeño jardín y por los terrenos —ahora construidos— que rodeaban nuestra casa de Grafton Terrace. Debo decir algo sobre el nombre de "Mohr". En la casa todos teníamos apodos. (Los lectores de El capital saben lo hábil que era Marx para poner nombres.)

"Mohr" era el nombre habitual, casi oficial, por el que Marx era llamado, no sólo por nosotros, sino por todos los amigos más íntimos. Pero también era nuestro "Challey" (supongo que se trataba, originalmente, de una corrupción de Charley) y nuestro "Old Nick". Mi madre era siempre nuestra "Mohme". Nuestra vieja amiga Héléne Demuth —amiga de toda la vida de mis padres— se convirtió, después de pasar por una serie de nombres, en "Nym". Engels, después de 1870, era nuestro "General". Una amiga muy íntima —Lina Scholer— nuestra "Old Mole". Mi hermana Jenny era "Qui Qui, Emperador de la China" y "Di". Mi hermana Laura (la esposa de Lafargue) era "el Hotentote" y "Kakadou". Yo era "Tussy" —apodo que he conservado— y "Quo Quo, Sucesor del Emperador de la China" y, durante mucho tiempo, fui también "Getwerg Alberich" (de los Niebelungen Lied).

Pero si Mohr era un excelente caballo, tenía otra cualidad superior. Era un narrador único, sin rival. He oído decir a mis tías que, cuando era niño, era un terrible tirano con sus hermanas a las que "guiaba" por el Markusberg en Treveris a gran velocidad, sirviéndole de caballos y, lo que era peor, insistía en que comieran los "pasteles" que hacía con una sucia masa y con manos más sucias todavía. Pero ellas soportaban el "paseo" y comían los "pasteles" sin un murmullo, para escuchar las historias que Karl les contaba como premio por sus virtudes. Y así, muchos años después, Marx les contaba historias a sus hijas. A mis hermanas —yo era entonces demasiado pequeña— les contaba cuentos cuando iban de paseo, y aquellos cuentos se medían por millas no por capítulos.

"Cuéntanos otra milla", era la petición de las dos niñas. Por mi parte, de los muchos cuentos maravillosos que Mohr me contó, el más delicioso era "Hans Röckle". Duró meses y meses; era toda una serie de cuentos. ¡Lástima que nadie pudo escribir aquellos cuentos tan llenos de poesía, de ingenio, de humor! Hans Röckle era un mago al estilo de Hoffmann, que tenía una tienda de juguetes y que siempre estaba "a la cuarta pregunta". Su tienda estaba llena de las cosas más maravillosas —hombres y mujeres de madera, gigantes y enanos, reyes y reinas, trabajadores y señores, animales y pájaros tan numerosos como los del Arca de Noé, mesas y sillas, carruajes, cajas de todas especies y tamaños.

Y, aunque era un mago, Hans no podía cumplir nunca con sus obligaciones ni con el diablo ni con el carnicero y por eso —muy en contra de su voluntad— se veía obligado siempre a vender sus juguetes al diablo. Éstos atravesaban entonces por maravillosas aventuras —que terminaban siempre en el regreso a la tienda de Hans Rockle.

Algunas de estas aventuras eran tan tristes y terribles como cualquiera de las de Hoffmann; algunas eran cómicas; todas narradas con inagotable inspiración, ingenio y humor. Y Mohr también les leía a sus hijas. A mí, y a mis hermanas antes, me leyó todo Homero, todos los Niebelungen Lied, Gudrun, Don Quijote, Las mil y una noches, etcétera. Shakespeare era la Biblia de nuestra casa, siempre en boca de alguien y en manos de todos. Cuando cumplí seis años me sabía de memoria todas las escenas de Shakespeare. Al cumplir los seis años, Mohr me regaló mi primera novela: la inmortal Peter Simple. A ésta siguió toda una serie de Marryat y Cooper.

Y mi padre leía cada uno de los cuentos al mismo tiempo que yo y los discutía seriamente con su hijita. Y cuando esa niñita, entusiasmada por los relatos marinos de Marryat, declaró que sería "Post- Captain" (fuera lo que fuera lo que esto significara) y consultó a su papá si no podría "vestirse como niño" y "marcharse para unirse a un guerrero" le aseguró que muy bien podría hacerse, sólo que no había que decir nada de ello a nadie mientras los planes no hubieran sido bien madurados. Pero antes de madurar aquellos planes surgió una nueva manía, la de Scott, y la niñita se enteró para su horror que ella misma pertenecía, en parte, al detestado clan de los Campbell.

Entonces empezaron los proyectos para levantar a los Highlands y revivir a los "cuarenta y cinco". Debo añadir que Scott era un autor al que Marx volvía una y otra vez, al que admiraba y conocía tan bien como a Balzac y a Fielding. Y mientras hablaba de éstos y otros muchos libros mostraba a su hijita, aunque ella no se daba plena cuenta de esto, cómo buscar lo mejor de cada obra, enseñándole —aunque ella nunca pensó que le estaban enseñando, porque se habría opuesto a ello— a tratar de pensar, a tratar de entender por sí misma.

Y de la misma manera, este hombre "amargo" y "amargado" hablaba de "política" y de "religión" con su pequeña hija. Recuerdo perfectamente que, cuando tenía quizás unos cinco o seis años, al sentir ciertas inquietudes religiosas (habíamos ido a una iglesia católica a oír una bellísima música) se las confié por supuesto a Mohr y entonces él me explicó todo con gran claridad y directamente, de tal modo que desde entonces hasta ahora jamás una duda volvió a cruzar mi mente. Y cómo recuerdo su relato de la historia —no creo que jamás haya sido narrada de esa manera, antes o después— del carpintero a quien mataron los ricos, diciéndome una y otra vez: "Después de todo, podemos perdonar mucho al cristianismo, porque nos enseñó el culto del niño."

Y el mismo Marx pudo haber dicho "Dejad que los niños se acerquen a mí" porque, a dondequiera que iba, aparecían de alguna manera los niños. Si se sentaba en el Heath en Hampstead —un gran espacio abierto en el Norte de Londres, cerca de nuestra antigua casa—, si se sentaba en un banco en algún parque, pronto se veía rodeado de un grupo de niños, que entablaban las más amistosas e íntimas relaciones con aquel hombre corpulento, de largos cabellos y barba, con bondadosos ojos castaños. Niños totalmente desconocidos se le acercaban, lo detenían en la calle... Recuerdo que una vez un pequeño escolar de unos diez años, detuvo sin ninguna ceremonia al temido "jefe de la Internacional" en Maitland Park, pidiéndole que "hicieran cambalache de navajas". Tras una corta y necesaria explicación de que "cambalache" era, en lenguaje escolar, "cambio", los dos sacaron sus navajas y las compararon. La del niño sólo tenía una hoja; la del hombre tenía dos, pero no había duda de que estaban gastadas. Después de larga discusión se llegó a un acuerdo y se intercambiaron las navajas, añadiendo un penique el terrible "jefe de la Internacional", en consideración de lo gastado de sus navajas.

Cómo recuerdo, también, la infinita paciencia y dulzura con que, una vez que la guerra norteamericana y los Blue Books desplazaron por el momento a Marryat y a Scott, respondía a todas las preguntas y nunca se quejaba de una interrupción. Y, sin ambargo, no debe haber sido pequeña molestia el tener al lado a una niña conversando mientras él trabajaba en su gran libro. Pero nunca permitió que la niña sintiera que estaba molestando. Recuerdo que, por entonces, me sentía absolutamente convencida de que Abraham Lincoln necesitaba urgentemente de mis consejos respecto de la guerra y le dirigía largas cartas que Mohr, por supuesto, tenía que leer y poner en el correo. Muchos años después me mostró aquellas cartas infantiles, que había conservado porque le habían divertido.

Y así, en los años de mi niñez y mi adolescencia, Mohr fue el amigo ideal. En la casa todos éramos buenos camaradas y él era siempre el más bondadoso y de mejor humor. Aun durante los años de sufrimiento, cuando estaba constantemente enfermo, cuando sufría de carbunclos, aún hasta el final...

He anotado estos recuerdos dispersos, pero estarían incompletos si no añadiera unas palabras acerca de mi madre. No es una exageración decir que Karl Marx no habría sido jamás lo que fue sin Jenny von Westphalen. Jamás las vidas de dos seres —ambos notables— se identificaron tanto, fueron tan complementarias una de otra. De extraordinaria belleza —una belleza que a él le produjo goce y orgullo hasta el final y que había despertado admiración en hombres como Heine y Herwegh y Lasalle—, de una mente y un ingenio tan brillantes como su belleza, Jenny von Wetsphalen era una mujer como sólo se encuentra una en un millón. De niños, Jenny y Karl jugaron juntos; de jóvenes —él de diecisiete años, ella de veintiuno— se comprometieron en matrimonio y, como Jacobo por Raquel, él hizo méritos por ella siete años antes de casarse. Después, a través de los años de tormentas y dificultades, de exilio, tremenda pobreza, calumnias, dura lucha y esforzada batalla, los dos, con su fiel amiga Héléne Demuth, se enfrentaron al mundo, sin titubear, sin retroceder, siempre en el sitio del deber y del peligro. En verdad pudo decir de ella, con las palabras de Browning:

Es, inmortalmente, mi desposada.
Ni la suerte puede variar mi amor
ni el tiempo deteriorarlo.

Y pienso algunas veces que un lazo casi tan fuerte entre ellos como su devoción a la causa de los trabajadores era su inmenso sentido del humor. No hay duda de que nadie ha gozado más de un buen chiste que ellos dos. Una y otra vez —especialmente si la ocasión exigía decoro y compostura—, los he visto reír hasta que las lágrimas corrían por sus mejillas y, aun aquellos inclinados a molestarse por tan terrible ligereza, no podían hacer más que reírse con ellos. Y con cuánta frecuencia los he visto sin osar mirarse mutuamente, sabiendo los dos que si intercambiaban una mirada no podrían contener la risa.

Ver a los dos con los ojos fijos en cualquier otra cosa, para todo el mundo como dos niños de escuela, sofocados de una risa contenida que por fin, a pesar de todos los esfuerzos, habría de estallar, es un recuerdo que no cambiaría por todos los millones que suele decirse que he heredado. Sí, a pesar de todos los sufrimientos, la lucha, las decepciones, era una alegre pareja y el amargado Júpiter Tonante no pasa de ser una ficción de la imaginación burguesa. Y, si en los años de lucha hubo muchas desilusiones, si tropezaron con una extraña ingratitud, tuvieron lo que pocos poseen: verdaderos amigos. Donde se conoce el nombre de Marx se conoce también el de Frederick Engels. Y los que conocieron a Marx en su hogar recuerdan también el nombre de la más noble mujer que haya existido, el honrado nombre de Héléle Demuth.

Para los que estudian la naturaleza humana no parecerá extraño que este hombre, que era tan gran luchador, fuera al mismo tiempo el más bondadoso y gentil de los hombres. Entenderán que sólo podía odiar tan ferozmente porque era capaz de amar con esa profundidad; que si su afilada pluma podía encerrar a un alma en el infierno como el propio Dante era porque se trataba de un hombre leal y tierno; que si su humor sarcástico podía atacar como un ácido corrosivo, ese mismo humor podía ser un bálsamo para los preocupados y afligidos.


Mi madre murió en diciembre de 1881. Quince meses después, él, que nunca se había separado de ella en vida, fue a reunirse con ella en la muerte. Después de la caprichosa fiebre de la vida, los dos reposan. Si ella fue una mujer ideal, él, bueno, él "era un hombre, en todo y por todo, como no espero hallar otro semejante".

martes, 15 de octubre de 2013

También el sol

Este verano saltó la noticia. Hasta 60 millones de multa para quien tuviese placas fotovoltaicas para generar electricidad. Parecía una locura. Una clara contradicción no solo al sentido común, sino al propio discurso oficial de fomento de las energías limpias y sustitución de la dependencia de los combustibles fósiles extranjeros. De hecho entraba en contradicción con la Directiva europea de fomento de las energías renovables.

Pero detrás de este aparente sinsentido se esconde la aplastante lógica del sistema, que a veces da hasta para una buena película. El argumento sería mas o menos este:



  • En España se privatiza el sector energético, y esta medida liberalizadora, lejos de lograr una bajada de los precios gracias a la competencia y la mayor eficiencia del sector privado, como decía el gobierno cuando aprobó la venta, ha supuesto un incremento de la factura de la luz sin igual en toda la UE.

Por hacer un poco de historia, Endesa, una de las empresas públicas más rentables, comienza su proceso de privatización en 1988 (gobierno del PSOE), vendiendo un 25% de su capital, pero conservando el Estado aun el control de la compañía. Posteriormente, con la gran oleada liberalizadora de los gobiernos de Aznar, prácticamente se liquida la presencia pública en la compañía con las Ofertas Públicas de Ventas (OPV) de 1997 y 1998, quedando solo un 3% de capital en manos del Estado. Finalmente, en 2006, el Gobierno de Zapatero autoriza una OPA sobre la totalidad del capital de Endesa, incluyendo el resto de capital público, por el que entran en pugna Gas Natural, la alemana Eon y la italiana Enel, que es quien finalmente se hace con la empresa. Cerrándose así una curiosísima paradoja. España privatiza su empresa pública de energía para liberalizar el mercado y ésta finalmente acaba en manos de la empresa pública eléctrica italiana (Enel).


Pues bien, desde que Enel se hace con el control de Endesa esto es lo que pasa con los precios (precio por Kwh antes de impuestos):




Da susto. No solo es el precio más caro en términos absolutos, sino que también es el mayor incremento en términos relativos. Y esto considerado antes de impuestos, que como después veremos suponen una parte considerable de la factura final.


Es curioso comprobar que a Italia, que no solo sigue con su empresa pública sino que además obtiene dividendos de los españoles, no le ha ido nada mal.


Y que Jose María Aznar, que aprobó la privatización de Endesa, haya sido contratado por esta misma empresa como asesor externo no deja de ser otra de esas curiosas casualidades del capitalismo.




  • A pesar de vender las empresas públicas y de esta imparable subida de la factura el gobierno le sigue debiendo 26.000 millones de euros a las empresas privadas eléctricas.

Pues sí, es el resultado de ir sumando año tras año el llamado déficit tarifario, y que hace que cada español le debamos ya unos 670€ per cápita a las eléctricas.


Este déficit lo conforma la diferencia anual entre el precio regulado de la electricidad y el precio libre de la misma. Por un lado, el precio de la electricidad está regulado por el gobierno para proteger a los consumidores (Sí, me refiero a ese precio que está a la cabeza de Europa). Por otro, el precio en el libre mercado se supone que es superior, y digo se supone porque como en realidad el mercado eléctrico español se mueve en términos de oligopolio. Cinco grandes compañías controlan el 80% de la generación de la electricidad y el 90% de la comercialización a los usuarios finales y, además, una única empresa controla la distribución de alta tensión, formando un poderoso lobby.


Éstas compañías suben artificialmente sus costes y en consecuencia elevan el precio "de mercado" tanto como les apetece. Prueba de que no les va tan mal son los beneficios que obtienen cada año. El caso es que las eléctricas exigen una compensación por sufrir la "injerencia" pública en el precio y el gobierno se lo reconoce, y así año tras año vamos sumando una nueva deuda pública, esta vez con compañías privadas (alguna de las cuales antes eran públicas).


Ese déficit tarifario lo pagamos en parte los consumidores mediante la "tarifa de acceso", que nos aplican en la factura. Pero de ahí también se paga la red de transporte a Red Eléctrica de España, la red de distribución a las distribuidoras, hay que retribuir a las entidades que gestionan el mercado eléctrico, satisfacer las primas del régimen especial, compensar a las grandes empresas promotoras por la moratoria nuclear (otra subvención histórica que arrastramos con las privadas), etc. Esta tarifa de acceso no sustituye a los impuestos sobre el consumo eléctrico, que también se paga y constituye la tercera pata de la factura.


Esta tarifa de acceso supone un costo medio para los hogares de entre 0.10 y 0.12 € por kwh; sin embargo para los grandes consumidores (industrias, etc) el coste se reduce a entre 0.04 y 0.06 € por Kwh. Esto es en realidad otra subvención oculta a las grandes empresas, que tienen que pagar menos por la electricidad y suponen una pérdida de unos 1500 millones de € anuales que dejan de ingresarse. 


Como esta tarifa de acceso no cubre el déficit tarifario, éste tiene que financiarse directamente vía Presupuestos Generales de Estado. Esos que año tras año recortan partidas de gasto social como educación y sanidad. Para 2014 destinará 900 millones directamente, que junto con la financiación de otros 2.200 millones vía crédito extraordinario, para cuadrar las cuentas de 2013, suponen un incremento del 19.5% de la partida dedicada a las eléctricas. Mientras la dotación a la sanidad cae un 35.6%.   



  • El plan del gobierno para contentar a las eléctricas y terminar con el déficit
Bueno pues a todo esto aparece el ministro de industria, Jose Manuel Soria, y presenta su Reforma del sector energético. Esta reforma tiene básicamente dos ejes de actuación. Por un lado sube la parte fija de la factura, la tarifa de acceso, especialmente a los hogares y pequeños consumidores, a los que penaliza con una subida de hasta el 125% según la Unión Española Fotovoltaica (UNEF). A cambio se bajaría el precio por Kwh consumido.



Esta situación nos lleva a que en la factura final, los hogares y pequeños consumidores paguen más simplemente por estar enganchados a la red que por lo que realmente consuman, haciendo que el ahorro en el consumo apenas repercuta en la factura. Que podría subir, en el caso de los hogares más modestos, hasta en un 50%.


Y finalmente, la segunda gran medida, La introducción de la tasa denominada "Peaje de respaldo", que viene a penalizar con un gravamen a todos aquellos consumidores que opten por el autoabastecimiento eléctrico, fijando desorbitadas sanciones para quienes no la respeten.

¿Que está pasando aquí? Muy sencillo. Por un lado la factura de la luz se ha disparado y lo que te rondaré morena. Por otro lado, la caída de la demanda por la crisis y la aparición de nuevas tecnologías han hecho que el precio de los paneles solares fotovoltaícos descienda un 75% en los últimos 36 meses. Conclusión, cada vez resulta más rentable, con la de sol que hay en España, producir tu propia electricidad y escapar del monopolio de las grandes compañías.


Esta realidad, que hasta hace poco era una utopía hippie, enciende todas las alarmas en el lobby eléctrico y comienzan las presiones. Primero se prohíbe vender a la red el excedente de producción doméstica con un sistema de "medición neta" como se hace en la mayoría de países europeos. Luego se prohibe la instalación de baterías para acumular la electricidad sobrente y usarla tu mismo cuando no haya sol. Y finalmente aparece el peaje de respaldo, con el que el precio final que tienes que pagar por la electricidad que tu mismo generas termina siendo un 27% más caro que comprarle la electricidad a una compañía eléctrica.


Tan burda es la maniobra que hasta la Comisión Nacional de la Energía (CNE) elaboró un informe contrario al peaje, solicitando su retirada por atentar contra la libre competencia. Pero el gobierno ha decidido ignorarlo. Hay demasiados intereses en juego.


Así que la libertad de mercado está bien, menos cuando son las grandes empresas las que pierden, entonces hay que establecer barreras a la entrada vía impuestos. La reducción de la dependencia de combustibles fósiles extranjeros (que es con lo que generan electricidad las grandes empresas) está bien, menos si esto supone pérdidas pare este lobby. La reducción de emisiones de CO2 y la apuesta por las renovables está bien, menos... me vais cogiendo.


Pues resulta que hace unos meses vi una película de Iciar Bollain que se llama "También la lluvia". Me gustó. Había una escena que definía el título de la película y que llevaba implícita toda la perversa lógica económica del sistema. Se trataba de unos uniformados que iban a derribar un depósito de agua de una comunidad pobre, lo cual daba origen a una revuelta popular que terminaba derrocando al gobierno. Es una película pero no deja de reflejar hechos reales.


Resulta que el gobierno conservador de Bolivia, allá por el año 2000, siguiendo las directrices del FMI, decide privatizar el suministro de agua doméstico. Un consorcio de empresas, entre la que está la sevillana Abengoa, se ocupan del negocio. Inmediatamente el precio del agua se dispara un 35%, situando la tarifa mínima en 20$ mensuales, en un país con un salario medio de 100$ mensuales. Muchos hogares no pueden pagar el agua y se quedan sin suministro, pero como sin agua no se puede vivir, comienzan a proliferar pequeños depósitos particulares y comunitarios para recolectar el agua de lluvia. Esto pone en riesgo los beneficios de las compañías privadas, que presionan al gobierno para que declare ilegales estos depósitos, exigiendo que se obtenga una costosa licencia pública para poder tenerlos, de lo contrario serían destruidos y multados sus propietarios.


Cuando la policía entra en los barrios para quitarles el agua, el pueblo entero se levanta, ocupa La Paz y Cochabamba y se produce la llamada "Guerra del Agua", en la que el gobierno llega a declarar el estado de excepción. Finalmente el gobierno tiene que recular ante el desborde de la situación y termina retirando el decreto de privatización del agua. Los altos ejecutivos de las multinacionales extranjeras tienen que pasar cuatro días escondidos antes de poder abandonar el país.


Cuando meses después leí el decreto del gobierno sobre la privatización del sol, no pude menos que establecer paralelismos. A ver cuantos cortes de luz aguantamos aquí antes de reaccionar.